Lejano Atardecer (Parte I)

Créditos de imagen: IV
-¡No seas lento, patea el balón!
- Ya verás, no me la atajarás
- ¡Dale!

La punta del zapato del pequeño Timmy golpeó aquel balón con una fuerza sorprendente a escalas infantiles. El balón blanco, gastado, pero que aún conservaba su forma viajó los tres metros rápidamente.
Del otro lado, y bien atento esperaba Stan. El pequeño 'golero' vio como el balón se alejaba más hacia su mano derecha, por lo que debía estirarse o Timmy le haría un gol y lo molestaría toda la semana por decir que era el mejor portero de todos.
El balón alcanzó a dar una pequeña vuelta sobre sí mismo antes de clavarse en el ángulo derecho del improvisado arco de madera que Stan protegía.

- ¡Gol! Ahí tienes, idiota. ¿No decías que eras el mejor portero? ¡ja!
Gritó Timmy empuñando ambas manos con fervor

La estirada sublime de Stan simplemente no fue suficiente, y terminó cayendo acostado en el pavimento. Hizo un gesto de rabia y se levantó limpiándose su camisa. Mientras lo hacía, Timmy caminó hacia su amigo y le dio una palmada en la espalda.

- ¿Estás bien, amigo? Preguntó Timmy
- La próxima te los atajaré todos. Dijo entre dientes el pequeño Stan de 10 años

Timmy esbozó una sonrisa efímera, que no sobrevivió por un segundo. En su cara se reflejaban los extraños colores de un atardecer que ya llegaba, dando paso a la oscuridad de la noche.

-Debemos irnos a casa. Sugirió Stan.
-Claro, vamos. Respondió Timmy aún fascinado por los colores, sin quitar la vista hacia el horizonte.

Ambos niños, Timmy y Stan, de la misma edad vivían en la misma calle sólo a algunas casas de diferencia. Iban caminando juntos desde el parque del barrio, que quedaba a unas cuatro calles de donde ellos vivían.
Rebotando el balón por toda la calle, iban inmunes a los excesos y urgencias de la adultez . Los carros pasaban de un lado al otro, mientras que varios adultos pasaban junto a ellos corriendo hacia sus trabajos y universidades; quizá envidiando por un momento la libertad y sencillez del momento de aquellos niños.

Stan le hacía un pase a Timmy, y Timmy trataba de inventarse un pequeño lujo con el balón que salía uno de cada cinco días. Así llegaron a su calle, Timmy agarró su balón y se dirigió hacia su casa.

- Corre, Stan, que tu mamá te espera para pegarte.  ¡Jajaja!
- Ya verás mañana la paliza que te daré. Gritó Stan volteandose hacia Timmy.

Ambos se detuvieron por un momento, y luego soltaron una carcajada que los hizo seguir caminando.

Timmy abrió la puerta de su casa con las llaves que su madre le dio a guardar. <<No se te vayan a perder, Tim. Te quedas afuera si es así>> recordaba en su mente las palabras de su madre cuando se las entregó. Ella siempre ha sido tranquila, pero él sabe que de no hacerle caso siempre pasaba algo malo. Era extraño, pero cierto. Al cerrar la puerta, Timmy descubrió la desagradable noticia de que estaba solo. Ni su madre, ni su abuela, ni su hermano mayor estaban en casa. En un pequeño ataque de miedo se volteó para salir nuevamente, y vio una nota dejada atrás de la puerta,

"Tim, hemos salido a comprar algunas cosas para la comida. Michael debe regresar a las 19:00 de sus clases. Te dejamos jugo en el refrigerador"

Tim arrancó de la puerta el adhesivo de la hoja de la nota y se la guardó en el bolsillo de la pantaloneta. Eran las 18:10 según el reloj de la sala, faltarían cincuenta minutos para que su hermano mayor regresara y así estar acompañado.

-<<No le temo a la oscuridad, nunca lo he hecho>> repetía Timmy en su cabeza mientras caminaba hacia el refrigerador para tomar su jugo. Luego de un rato ya se encontraba escuchando la radio en la habitación de su hermano; sintonizó su programa de música favorito por la emisora 129.4 en banda FM, donde pasaban una hora completa de Country clásico que tanto le gustaba. Alguna vez jugó un videojuego que contenía mucha de esa música americana.
Alguna parte de sí mismo sabía que el sol estaba por irse del cielo de la ciudad y llegaría a pasar la oscuridad completamente solo. Que por más valiente, aún era un niño. Un niño que no creía en monstruos ni fantasmas, tampoco en muertos que caminen por las calles hambrientos de carne humana. Eran sólo películas que su hermano lo invitaba a ver, y a veces sin entenderlas lo hacía.

Por su parte, Stan encontraba su mamá leyendo un libro de historia para las clases que dictaba en la universidad. Sólo vivían ellos dos, su esposo había muerto hacía ya 8 años, por lo que Stan lo recordaba más que todo gracias a lo que su madre le contaba. A ella le encantaba contar historias al pequeño Stan, a veces lo hacía junto con su único amigo Tim. Era bastante joven y de una belleza notable.

- Hola, mamá
- Hola, Stan. Veo que jugaste bastante, ¿vas a recostarte un rato?. Dijo la señora Beverly, apartando la vista de su libro
- Creo que sí. ¿Lees algo interesante?
- Jaja, no creo que lo sea para ti. Aunque encontré una historia que te va a encantar, dame unos minutos y te la contaré. Beverly sonrió.

Stan entró a la cocina, abrió el refigerador y tomó de la botella de agua que siempre dejaba a congelar. Caminó hasta la sala donde estaba su madre y se tiró en el sofá, cayendo boca abajo. Sentía aún su cuerpo latir del esfuerzo físico que hacía al jugar por las tardes de vacaciones con Tim.

Eran los mejores amigos, y aún cuando en el barrio vivían otros niños, sencillamente no se llevaban bien. Ambos crecieron juntos por vivir a unas casas de distancia, y sus familias siempre fueron buenas una con la otra. Era casi un vinculo de hermandad que sentían, pues Michael también los ayudaba a crear cosas geniales; así mismo habían veces en las que Stan sentía celos por no tener un hermano mayor y podría decirse que ese era el puesto que Timmy llenaba en su vida.
Michael era muy inteligente, y sabía hacer muchas cosas que ellos no. Ya estaba a punto de comenzar sus estudios universitarios y aunque nunca había sido un prospecto físico que los defendiera de los peligros latentes, su autoridad moral hacía ver pequeños a cualquiera que intentara molestar a los pequeños amigos.

- Bueno, Stan. Antes de que me vaya te contaré la historia. Dijo Beverly seguido del sonido al cerrar el viejo libro.
- ¿Irte?, preguntó Stan
- Sí, me llamaron para dictar una clase en la universidad
- Otra vez me quedaré sólo. Dijo Stan entre un lloriqueo e impotencia
- Ya eres un niño grande, hijo. Eres más valiente de lo que había pensado ¡Jajaja!

La dulce Beverly se sentó en el sofá, subiendo las piernas de su hijo sobre las suyas. Stan volteó su cuerpo para mirarla a ella, sonriendo por la confianza que le había dado.

- Tú sabes que debo hacerlo. Dijo Beverly, a lo que Stan asintió a sabiendas de lo que significaba
He vivido toda mi vida en esta calle, y te puedo dejar aquí sabiendo que pocas son las malas cosas que ocurren. <<Pues las que ocurren son muy extrañas>> pensó Beverly por un momento. Igual tienes a tu tía en frente de aquí.

- No me gusta ir allá, huele raro. Dijo Stan en su tono infantil al cien por ciento
- Jajaja, ¡Ay, Stanley! desplegó una sonrisa el rostro de Beverly, y se vio iluminado por la presencia de su único y amado hijo.

Lo cierto es que ya sabes lo que debes hacer en cualquier caso de emergencia. En fin. Dejame contarte la historia que te prometí. El rostro de Stan se iluminó, porque le encantaban esas historias.

- Hijo, la de hoy es de terror y muy extraña. Dijo Beverly

Stan miró por la ventana y veía esos colores del atardecer entrar por allí. Sobre potenciados por la tenue iluminación de la lampara de escritorio de Beverly. Un poco asustado, tragó saliva suavemente y se dispuso a escuchar.

- Mira, recuerdo que mi abuela, quien por cierto vivió en esta casa hace mucho tiempo; me contaba historias locas de las cosas que le pasaban. Verás, antes estas calles no eran así, no había asfalto en la carretera y era sólo arena por todos lados. Las casas eran más viejas y desgastadas, no tenían muchas cosas que ahora nosotros tenemos.
Si llegabas a salir podías cruzar la calle sin problemas porque no habían tantos autos en la ciudad, y mucho menos en este pequeño barrio. Aunque lo peor eran las noches; no tenían tantas luces como nosotros y la mayor parte de la calle era completa oscuridad.
Entre los niños hacían apuestas para ver quién era capaz de pasar al otro lado oscuro que tenían en frente...

Stan se incorporó y recogió sus piernas. Dio otro vistazo a la ventana y el atardecer seguía cayendo.

-Los niños que lograban la hazaña eran recompensados con unas cuantas monedas que cambiaban por refrescos en la tienda. Aún así pasaban menos de un minuto en la oscuridad y no pasaba nada malo. Una noche, mi abuela había salido con mi abuelo a un evento de baile que hacían en alguna parte de la ciudad y que terminaban bien entrada la noche. Ella dijo que era de madrugada, y evidentemente las calles estaban solas. Al llegar a esta calle encontraron una oscuridad casi infinita. No había nada, Stan. Parecía como si el mismo vacío del espacio hubiera reemplazado este pedazo de la ciudad; las estrellas y una gran luna media eran lo que los iluminaba. Mi abuela tomó de la mano a mi abuelo y juntos corrieron directo a la casa que lograban ver a medias, y es que la electricidad se había cortado.

- No era tan grave el daño, pues no tenían televisores, ni refrigeradores. ¡Jajaja! rieron Beverly y Stan al tiempo. Lo cierto era que la escena era aterradora; mi abuelo era un hombre astuto y sabía donde guardar las velas. A que no te imaginas dónde...sonrió Beverly

-¿Dónde, dónde, dónde? preguntó fascinado Stan

- Enterraba la bolsa en la arena de la terraza, ¡jajaja!. El pequeño Stanley se divertía tanto que olvidaba por completo que se trataba de una historia de terror.

-En fin, Stan, prendieron unas cuantas velas y se sentaron en esta misma sala a escuchar la vieja radio de baterías de mi abuelo. Música clásica, toda la noche. Así se quedaron dormidos, hasta que mi abuela se despertó en plena madrugada; pasadas las 3 de la mañana. Lo único que veía era la silueta de la radio proyectada en la pared. La vela seguía ardiendo con intensidad mientras ella miraba hipnotizada aquella silueta, cuando repentinamente apareció una nueva silueta. Era de una especie de animal parecido a un insecto, pero humano a la vez porque se mantenía erguido a cada paso que daba, y corriendo por en frente de ella pasó; reflejado en la pared pero no físicamente en la habitación. Ella describió que lo que sintió fue horrible, un calor infernal la cubrió de pies a cabeza por el pánico y sus vellos se erizaron como nunca en su vida. Permaneció paralizada, ya que sencillamente su cuerpo no le dio para llamar a mi abuelo que dormía profundamente a su lado...

Stan seguía fascinado, aunque en el fondo sabía que le costaría unas cuantas pesadillas. No quitaba la vista de su madre, y las palabras retumbaban en su mente como fuegos artificiales en víspera de año nuevo.

- Así que esta cosa cruzó toda la sala, pero era sólo su sombra proyectada en la pared. Al salir por la puerta delantera, mi abuela, aún presa del pánico no tuvo otro instinto más que asomarse a la ventana. En ese momento Beverly también miró hacia la ventana y hacia esos colores del atardecer. Volvió su cabeza hacia Stan y continuó:

A pesar de que la oscuridad cubría gran parte de la calle, la luna reveló la aterradora forma de ese ser. Según la descripción de mi abuela dijo que era como un hombre normal en su silueta, pero su piel era completamente grisácea y un poco brillante frente al resplandor de la luna. Sus ojos no existían, eran simplemente dos agujeros negros sin emoción alguna, de su cara dijo que no pudo distinguir otras cosas. Toda esa figura de insecto había desaparecido y mutado a una forma completamente tétrica. Era extraño...sumamente extraño.

Justo al Beverly terminar la frase, la luz de la lámpara junto con el ventilador murieron súbitamente. Miraron afuera por la ventana y las luces de la casa de en frente también habían muerto. La electricidad se había cortado, faltando poco para que llegara el atardecer.
Beverly miró su reloj que daba las 18:30, indicando que debía irse para estar justo a las 19:00 en la universidad.

- ¡Mamá, tengo miedo! dijo el pequeño Stan con el recuerdo fresco de aquella historia en su cabeza
-  No es nada, Stan, lo más probable es que vuelva en unas horas. Yo debo irme, y ahora con más razón debo dejarte en casa de tu tía. Espero que te portes bien, vamos por tus cosas. Sostenía la hermosa Beverly con la tranquilidad que le caracterizaba.

Un abrigo, por ser noche de Enero. Una sábana para cubrirse al dormir, junto con su almohada favorita. Galletas, jugo y su cepillo dental para después de la cena. Cruzaron la calle, mientras un leve viento sacudía sus ropas.

De un golpe despertó Timmy con la frente sudada, y sus ojos vieron casi completa oscuridad de no ser por esos extraños colores azulados y púrpura del atardecer. La radio ya no sonaba, y Michael aún no había llegado, eso era obvio. Exaltado se levantó de la cama, secó su frente con el antebrazo y mientras retomaba la consciencia tras una profunda siesta, observó aquellos colores de nuevo arrastrando su extrañeza a tráves del suelo de la casa.
Siguiente al cuarto de Michael estaba la cocina junto al baño por un lado, y un pequeño patio por otro lado. Usualmente la ropa que es lavada en el día por la señora Annie es colgada allí en alambres que describen una hipérbola o 'curva catenaria' diría un matemático; es por eso que se mantiene abierta la puerta del patio. Claro, se debe cerrar de noche por seguridad, pero la noche aún no había llegado y había tardado un poco más de lo habitual...

<<Calor, oscuridad, la radio se apagó...¡no hay electricidad!>> concluyó Timmy rápidamente.  <<No tengo miedo, no tengo miedo>> repetía varias veces aún sentado en el borde de la cama. No habría zombies en las calles, ni asesinos enmascarados andando por allí, eso es seguro. Timmy se levantó, tomó su balón  y el vaso de jugo ya vacío. Unos cuantos pasos le separaban de la cocina donde podría tomar rumbo hacia la sala de estar, o quizás a la terraza. <<Eso debería hacer la gente en este barrio, pero nunca lo he visto...¡qué extraño!>> fugazmente se estrelló con tal pensamiento, casi que una epifanía infantil.

Colocó el vaso sobre una mesa en la cocina y no pudo evitar voltear su cabeza hacia el patio, un soplido de viento hizo mover la ropa de forma errática produciendo ondulaciones capaces de formar extrañas figuras, y la imaginación podía dejarle ver cualquier cosa. Un solo parpadeo y podía ver figuras humanas de pie mirándolo a él. Pero como todo niño valiente, debía cerciorarse de que no había nada allí entre las ropas, y Timmy era de esos.
Caminó hacia adelante en dirección al patio llevando su balón a patadas suaves y al llegar, se plantó firme en la puerta mirando aún la ropa ondeando y ya sin hacer figuras; sólo era ropa. Los colores extraños de aquel tardío atardecer se posaban suavemente en su cara, regalándole una inquietud y un terror intangible que yacía durmiente desde incontables días.
Entre la ropa, una pequeña ventana se abría paso dando vista al final del patio, y en aquella pared blanca rugosa se erigió una figura de colores oscuros y sin vida. La forma no estaba definida y ondulaba en una especie de masa oscura tratando dolorosamente de tomar alguna.
Los ojos de Timmy crecieron horrorizados y su cuerpo cesó todo movimiento instintivo, pues ya no era sólo ropa lo que trataba de formar figuras. Era otra cosa, otra cosa de horrores milenarios o eternos.

Los extraños colores del atardecer ahora le hacían juego a aquella masa ondulante produciendo brillos en una superficie opaca que tomaba forma. De entre tanta masa se presentó un rostro perdido en el tiempo con ojos extraídos y convertidos en agujeros negros, boca semi-abierta repleta de una cantidad absurda de dientes afilados arqueados cayendo en una boca que parecía una cascada. Aquella forma se alzó y transformó su oscura masa en una red de tentáculos que ondeaban mientras ascendía al cielo de extraños colores.
Su boca dio la espalda a Timmy, y este sólo pudo ver los oscuros tentáculos que revelaban un vino-tinto muerto combinado con el negro de las noches sin estrellas ni luna.
Faltaba quizás un poco para que se hicieran las 19:00, pero ese tiempo no había llegado. Timmy liberó toda su energía en una corrida monumental desde el patio hasta la puerta para la calle, corrida envidiada por cualquier atleta del mundo; una marca perfecta, pequeño.

Se detuvo en la puerta con un corazón que pronto llegaría a su boca, y miró el reloj de la sala que marcaba justo las 18:35, pero el Sol aún pendía de un hilo en el horizonte y no iba a caer sin importar que el reloj marcara las 20:00 o 00:00 horas. Los niños tienen la facultad de poder imaginar cosas sin poner límites o cualquier otra restricción, y fantásticamente les permite sorprenderse más, asustarse más, pero sin caer en desesperación absoluta por pensar en las consecuencias. Timmy salió corriendo desde su casa hacia la calle, encontrando un panorama sencillamente irreal. Él siempre había sabido que nadie salía de su casa cuando la electricidad se cortaba, pero esta vez todas las casas tenían sus puertas abiertas con la diferencia de encontrarse completamente vacías y era hasta fácil verlo desde afuera. Las paredes parecían carcomidas por el tiempo, agrietadas en todo rincón. El viento parecía haberse ido y con este se fue el realismo de los sonidos al caminar, hablar, respirar. Los pasos sonaban vacíos y la respiración exhalada su boca parecía lejana. Sin llegar a preverlo, y por correr mirando hacia atrás, se topó con un Stan que ya ni podía gritar y con ojos mojados de tanto llorar. Ambos se encontraron en mitad de la carretera, bajo los extraños colores del lejano atardecer...

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